miércoles, 21 de enero de 2015

Un iceberg de oro. Capítulo 10: "Yo te quiero, pequeña.".

Caminaron de la mano, sin soltarse ni un momento. 
-¿Te das cuenta de que a veces pareces... Bipolar?
-No soy bipolar. Te conozco desde hace poco, deberías entender por qué soy así contigo.- murmuró la morena, mirándole a los ojos. Él le devolvió la mirada, sintiendo cómo se le dibujaba una sonrisa en la cara.
-Oh, ¿Debería sentirme especial?- bromeó el chico.
-Si así lo prefieres... Deberías sentirte especial por ser tan pesado.
-Es mi habilidad secreta.- dijo con orgullo. La chica soltó una pequeña risa. Le hacía gracia el rubio. 
Caminaron un par de horas más, ella prestaba atención a lo que Edward le contaba sobre determinados lugares. Le parecían interesantes muchas de las historias y leyendas urbanas que le contaba el chico. 
Se detuvieron al ver un puesto de helados ambulante. Parecía muy, pero que muy antiguo. Un anciano atendía a unos niños pequeños con una sonrisa. Se acercaron y el señor les saludó. 
-Buenos días, jóvenes. ¿Qué puedo hacer por vosotros?- el hombre les miró. Parecía feliz realizando aquel trabajo. 
-Buenos días. A mi me gustaría tomar un helado de chocolate.- le pidió el rubio, sonriéndole. El buen señor le dio su helado. Acto seguido, miró a Elyon, esperando que hablase.
-Yo... Mmm... ¿Podría darme uno de pistacho?- pidió la morena, y sonrió con timidez, sonrojándose. 
-Pues claro que si, hija.- le contestó el anciano. Fue entonces cuando la chica clavó sus azules ojos en la placa grabada que se encontraba adherida al puesto. 
"En ocasiones, un helado puede ser la cuerda que una al mundo." 
Ella miró al señor, confusa. 
-¿Qué significa esa placa?
-¿Qué placa...? ¡Oh! Querida, es que este puesto es mágico.- sonrió, y en sus ojos se acentuaron unas arruguitas, dándole una apariencia enternecedora. 
-¿Mágico?- preguntó Edward, desconcertado.
-Exacto, joven. Se dice que cuando dos personas comparten los helados de este puesto, de una manera u otra, terminan felices.
Elyon evitó reírse en la cara del entrañable señor por respeto. Era obvio que era una estratagema para conseguir clientes.
-Oh, amable hombre, disculpe mi escepticismo pero, ¿Cómo puede ser eso?
-¿Ves a eses dos hombres de allí?- señaló a dos cuarentones vestidos de traje, sentados en una fuente, comiendo helado.- Llevan 30 años viniendo aquí a comer helado una vez al mes. Uno se ha casado y tiene tres hijos, y el otro vive en un pueblo del oeste.
Edward observó al informador, sorprendido. 
-¿Y cómo puede ser eso?
-Son amigos desde entonces.
El rubio miró a Elyon y le sonrió. 
-El... ¿Te apetece compartir tu helado conmigo?
La chica le miró a los ojos, y respondiendo a su sonrisa, le plantó su helado en toda la cara. Escuchó al anciano reír. 
-Bueno... Creo que de esa manera también es válido.
-¡Elyon! ¡Eres malvada!- se quejó Edward. Ella respondió con una sonrisa inocente.
-En realidad, jovencito... Ha compartido el helado contigo... Yo creo que es algo bueno.- opinó el señor. 
A la morena ese hombre le caía cada vez mejor. 
-¡Usted no lo entiende! Ella es maaala....- el rubio entrecerró los ojos, observándola con recelo.
-No soy mala, solo no me gusta que me tomen el pelo.- respondió la chica, defendiéndose. 
-La chica sabe lo que quiere, eh.- rió el buen hombre.
-La chica sabe pensar.- la morena puso los ojos en blanco.
En ese preciso instante, un par de niños se acercaron al puesto.
-¡Abuelito! ¡Abuelito! ¿Me das un helado de chocolate?- le pidió uno de ellos.
Elyon y Edward se apartaron, cediendo el lugar a los pequeños. 
***

Se alejaron lentamente del lugar y pasearon por una pequeña plaza que contaba con una enorme fuente de piedra y unos cuantos bancos en los cuales un par de ancianos se disputaban el título de rey de las palomas. 
-Tenías que estamparme el helado en la cara, si no no te quedabas tranquila, ¿Eh?- se quejó el mayor, mirándola mal.
-Tu fuiste el que empezó a decir tonterías.- la morena se encogió de hombros.
-¡Solo insinué que quería ser tu amigo hasta dentro de treinta años! No sé cómo es que tu mente lo ha interpretado como un insulto.
Ella le ignoró completamente y siguió caminando.
-Mira, Elyon.- llamó su atención, señalando un escaparate. Ella se giró y observó lo que le decía el rubio. Era una pulsera de oro blanco. El metal estaba retorcido y entrelazado con finos hilos dorados, formando artísticas formas redondeadas y unas cuantas florituras. 
-Es bonita.- dijo la morena, indiferente.
-¿Te gusta?- le preguntó Edward, sonriendo. Ella se encogió de hombros y asintió.- Está bien, te la regalo.
La azabache le dedicó una mirada sorprendida, pero que rápidamente se transformó en una distante.
-No la quiero.
-Elyon, por favor, deja de hacer eso.
-¿Qué estoy haciendo?- preguntó, molesta.
-Herirme.
-A ti no te hiere nada, idiota.
-¿Ah, no?- el chico enarcó una ceja.
-No, y lo sabes.
Él soltó una pequeña risita.
-Qué ingenua eres.- le dijo y le revolvió el pelo con dulzura. Ella se sonrojó y bajó la mirada al suelo, sintiéndose inferior.
-Vete a la mierda.
-Elyon, anda, deja de hacerte la mayor.- se metió con ella el rubio, tocándole una de sus mejillas sonrosadas con un dedo. 
-Muérete, hazme el favor.- gruñó la chica, colocándose el pelo con una mano, molesta. 
Él volvió a reír.
-Vale, lo siento, lo siento. Perdóname.
-Ahora no vale, imbécil.
-Elyon, no puedes enfadarte conmigo. 
-¿Apostamos?- le retó la morena.
-¡Si yo sé que me quieres!
-Si, claro. Y soy rubia. Ya que estamos a decir tonterías...
-Venga. Como compensación, te regalaré esa pulsera.
-¡Que no la quiero, pesado! 
-A todas las chicas les gustan los regalos. Si quieres te compro un oso de peluche gigante. Uno que no quepa en tu cuarto, ¿Qué te parece?
-Me parece que mejor cómprame un oso pardo de verdad para que pueda lanzártelo a la cara.
-Ja, ja. Qué graciosa. No sé cómo no te dedicas a explotar ese exuberante humor que tienes.- ironizó él.
Elyon volvió a ignorarle y siguió caminando, siendo seguida de cerca por el rubio. Se detuvo delante de un escaparate. 
Era una tienda de ropa, la cual vendía prendas bastante sencillas, a la par que bonitas.
La chica sonrió un poco y entró sin reparos.
Escogió rápidamente diez pantalones y otras tantas camisetas. 
-¿No crees que es mucha ropa? Estás derrochando mucho dinero.- le dijo Edward. 
-Es una estrategia de combate que estoy intentando patentar. Se llama "Gasta dinero hasta que Roy Mustang se enfade y te despida". 
El rubio se echó a reír. 
-No creo que funcione. Solo conseguirás ponerle en tu contra.
-Ya lo está, así que, ¿Qué puedo perder? 
-Pues puede ser muy vengativo si se lo propone.
-Yo también. Y a mi ese tipejo de mirada pederasta no me asusta. 
Edward la miró y se aguantó la risa. Ella sonrió al verle. 
-Venga, prefiero que te rías a que explotes.
-¡Es que me imagino la cara de Mustang cuando vea la factura y me parto!
-Bueno, será más gracioso cuando me mande a su despacho a hablar con él, como si fuese el director de un colegio.
-Te castigará de algún modo.- le avisó el rubio.
-Y yo me vengaré de algún modo. Se llama reciprocidad.   
-Me da que no vas a ganar.
-Subestimas mis habilidades, pequeño Padawan.  
-No las subestimo, solo digo que no deberías hacer enfadar a tu jefe.
-Me da igual. Voy a amargarle la existencia.
Él no respondió. Sabía que Elyon era la persona más cabezota del planeta. 
Le revolvió el pelo, divertido. Ella le dio un manotazo, indignada. 
-Odio que hagas eso. Me haces sentir inferior.- gruñó la chica.
-Es que soy el mayor.
-¿Y eso qué tiene que ver? 
-Pues que puedo hacer lo que quiera.
-¿Ah, si? ¿Y por qué?- ella le miró con el sarcasmo pintado en su mirada.
-Porque puedo.
Esa simple respuesta sirvió para ganarse un bonito y doloroso tirón de pelos.
-¡Auch! ¡Eres una agresiva!- se quejó el rubio. Ella no dijo nada y se cruzó de brazos, dándole la espalda.
Edward la miró durante unos segundos, y después la rodeó con sus brazos, abrazándola por detrás y apoyando el mentón en el negro pelo de la chica. Ella, sorprendida, se dejó abrazar, notando cómo la sangre subía rápidamente a sus mejillas, dándoles un ligero tono rosado. Su corazón empezó a latir con fuerza, a una velocidad vertiginosa. Su respiración se entrecortaba, y el hecho de tener las manos del chico aferradas a su menudo cuerpo no mejoraba la situación. 
-No te enfades, El...- le pidió el chico de mirada dorada. La pobre chica de ojos azules se sintió desfallecer. 
-S-suéltame... I-idiota.- se quejó, con voz temblorosa.
-Elyon, no te estoy abrazando tan fuerte como para hacerte daño.- respondió él, sin soltarla. Ella bajó la mirada hacia el suelo. 
-No me duele, me confunde.- susurró, señalando su corazón con un dedo, nerviosa. No estaba diciendo que sintiese nada por el rubio, pero hacía mucho que nadie la abrazaba de ese modo tan... Dulce. Lágrimas anhelantes inundaron sus ojos, y dio gracias a que Edward no podía verlas. No derramó ninguna, y se soltó del firme abrazo del chico.
-No vuelvas a tocarme así.- le ordenó, recuperando la compostura.
Él la miró con confusión. 
-¿Por qué? Solo era un abrazo, no es para tanto.- murmuró. Ella se dio la vuelta y siguió caminando. Era consciente de que tan solo había sido un gesto de aprecio, y odiaba admitir que para ella había significado algo más. Ella no solía ser muy... Afectiva. Quizás por el hecho de que no tenía nadie con quién serlo. Y esas muestras de afecto de Edward, la descolocaban. 
-Elyon, si te he molestado, lo siento.- se disculpó, algo apenado.
-No te disculpes. No tiene importancia.
-Para mi, si la tiene. No quería hacerte sentir mal.- el rubio clavó su mirada en la de la pequeña, cohibiéndola.
-No me has hecho sentir mal, ¿De acuerdo? Solo no me gusta. Fin del tema.
El chico asintió, y le dio un poco de espacio. Era bastante obvio que la pobre Elyon estaba bastante asustada. Para él era como un pequeño ratoncito asustado, que huye a la mínima señal de cariño.  
Ella retomó el camino a su casa, olvidándose completamente del plan que tenía en contra de su jefe negrero.
Estaba nerviosa y molesta. Por qué tenía que hacerle quedar tan mal? Bufó y sus mejillas tomaron un color rojizo. Miró hacia el suelo y no levantó la mirada en ningún momento. 
Edward no pudo evitar mirarla y sonreír, enternecido. La imagen de Elyon avergonzada, con las mejillas encendidas y sin levantar la mirada del suelo, no tenía ni idea de porqué, pero le hacía sentir la absurda necesidad de abrazarla de nuevo y no soltarla.
Así que, haciendo acopio de todo el valor de su cuerpo, le puso una mano en la cabeza, intentando consolarla un poco. Notó cómo se tensaba. 
-No te pongas así, tonta.- le dijo, apartando la mirada, también sonrojado. 
Ella se puso aún más roja y le dio un pequeño golpe en la mano, para que la quitase. 
A pesar de ello, el chico no la retiró.
-Suéltame, Elric.- le ordenó ella, intentando volver a su fortaleza de hielo. 
-No. Ni se te ocurra volver a huir.- se quejó él, frunciendo el ceño y mirándola a los ojos.
-Yo no huyo, imbécil.- respondió la chica.
-Huyes y te escondes tras esa actitud sarcástica e hiriente cada vez que alguien intenta quererte. Y eso no me gusta.
La cálida y sincera mirada de Edward, junto con sus palabras, consiguieron hacer sentir culpable a Elyon. 
-¿Quererme? ¿Quién va a quererme, héroe? No necesito gente que me quiera y tampoco la gente quiere quererme. Es simple. 
Él negó con la cabeza y se agachó un poco, para que sus ojos quedasen a la misma altura que los de la chica.
-Yo te quiero, pequeña.





Un iceberg de oro. Capítulo 9: "Pues claro que soy tu amiga.".

-¿Y dices que estos libros tratan sobre la alquimia que te enseñó tu hermana?- le preguntó, interesado. Ella asintió, pero no dejó que abriese ninguno.- ¿De verdad no vas a dejarme leerlos?
-No. Esos libros los escribió Sophie, no pienso dejar que los leas. 
-Pero... ¡Es por una buena causa! ¡Yo quiero aprender!- le pidió con una mirada suplicante.
Ella fingió que se lo pensaba durante un minuto.
-No.- fue su contundente respuesta.
-¡Por favor! ¡Enséñame! 
-Eres un pesado, héroe. Como sigas así te largo de mi casa.
-¡Eres una aprovechada, estoy colocando tus libros! 
-¡Porque eres más alto que yo! ¡Es lo que te toca! 
-Mentira, es que tú eres una vaga y quieres esclavizarme.- se quejó, frunciendo el ceño.
-Anda, pensaba que nunca ibas a darte cuenta. Pero me ha funcionado. Has ordenado todo lo que te he pedido. A veces pienso que serías un excelente mayordomo. 
-Elyon, odio que te burles de mi. ¿No podrías dejar de hacerlo un rato?
Ella se lo pensó seriamente. Le había ayudado mucho.
-Está bien. ¿Te apetece un vaso de leche?- le ofreció, levantándose del sofá.
Él le dedicó una mirada suplicante.
-Me apetece cualquier cosa antes que leche. ¿No podrías ofrecerme agua?
-Vale... 
Se fue a la cocina y le trajo un vaso de agua. El rubio le sonrió, agradecido.
-Muchas gracias, El.- se llevó el agua a sus labios, que sonreían.
-No me las des, he escupido dentro.
El chico echó de un golpe todo el liquido que había introducido en su boca. 
Elyon, ante la escena, no pudo evitar empezar a reírse como una desquiciada.
-¡Era broma!- le dijo, muerta de risa. La cara del rubio era un poema.-Vale que soy mala gente, pero no soy tan inhumana.
-Bueno, eso es discutible.- le respondió la pobre víctima. 
La chica hizo un puchero y se levantó para ayudarle a colocar los libros que restaban. Se estiró para alcanzar el estante más alto y colocó el número 23 de la "Enciclopedia sobre Alquimia y otras ciencias". 
-La verdad es que no soy mala... Solo traviesa.- le confesó, sin mirarle. Edward le pasó otro libro. 
-Eso ha sonado raro...
-O tú lo has interpretado mal. Vamos, Edward, yo soy imponente. Hasta tú te asustas cuando me enfado.
-... No.
-Mentiroso, mereces un castigo por tal mentira.
-Puedes castigarme... ¿Sigue en pie lo del dormitorio?- se la devolvió el rubio. 
Ella le miró, sorprendida. 
-Tú tienes un problema serio en la cabeza. 
-Mírame, soy increíblemente guapo, y tú te niegas a acostarte conmigo. Está claro quién de los dos tiene problemas mentales.- siguió burlándose el chico, con un brillo pícaro en su dorada mirada. 
Ella se sonrojó levemente, pero dio gracias al universo porque su piel fuese morena y disimulase el calor que se había acumulado en sus mejillas.
-Creo que eso de ser famoso se te ha subido a la cabeza, héroe. Nunca me acostaría con alguien tan feo como tú.
Ella se sonrojó más al darse cuenta de que había mentido. Edward no le parecía feo. Pero tampoco le parecía guapo. Era... Del montón.
-Dime que lo has dicho en broma...- el chico enarcó una ceja.
-¡Pues no! ¡Eres un egocéntrico! Los hay mucho más guapos.- le respondió la morena.
-Pues que sepas que hay chicas mucho más guapas que tú. Y que sepas que todas babean por mi.- se dio aires.
-Ya... Si están desesperadas, es normal.- le contestó la chica de ojos azules, y Edward le enseñó la lengua, molesto.
-¿Sabes que solo te veo como una amiga, no? Estaba bromeando.- le aclaró Edward al verla tan a la defensiva. 
Elyon le miró con recelo. 
-Bueno, por si acaso.
-En realidad... A mi ya me gusta una chica.- le confesó, sonrojándose por momentos, lo que le dio un aspecto adorable.
Ella se sorprendió al escucharle, y observó con detenimiento su expresión.
-¿De verdad? Pobre mujer.- finalmente se compadeció. Edward se indignó.
-¡Pero bueno!
-Es broma, héroe. A ver, cuéntame. ¿Cómo es ella?- le preguntó, interesada. 
El rubio no pudo evitar sonrojarse de nuevo. 
-Pues... Eh... Es rubia... Y sus ojos son azules. Su pelo es muy bonito... Es muy largo, y liso. Su piel es muy clara, casi parece de porcelana. Es tan guapa... Aunque tiene mucho carácter. Siempre me maltrata. Pero se preocupa mucho por mi hermano y por mi.
Elyon se quedó anonadada. Hacía mucho que no escuchaba hablar a alguien con tanto sentimiento. 
-Vaya... Ya veo que es muy importante para ti.
-B-bueno... Yo...- al pobre chico le costaba asumir sus sentimientos. 
-Espero que sea digna de un héroe tan guapo como tú.- la morena le dedicó una preciosa sonrisa. Pocas veces sonreía así, pero le parecía enternecedor lo que decía su amigo. 
Él apartó la mirada, avergonzado. Se había dado cuenta del cambio de actitud de Elyon respecto a su persona. Ahora parecía que aceptaba y le agradaba estar con él.
-Vaya... Gracias, El.- le agradeció.
-Hala, venga. Que ahora te toca colocar las cortinas, machote.- le dio una palmadita en la espalda y fue a la cocina. 
Edward suspiró. Hizo lo que la morena le pidió y se sentó en el sofá. Sonrió al darse cuenta de que aquella chica molesta, sarcástica y antipática, se iba convirtiendo poco a poco, en alguien muy importante para él. Cierto, no la conocía de toda la vida, pero él sentía que así era. En muy poco tiempo habían alcanzado un alto nivel de complicidad. Ya no le molestaba su mal humor, ni su continuado uso de la ironía, ni sus burlas. Porque se había dado cuenta de que eran tan solo eso, burlas. Lo que la chica decía no era lo que pensaba.
-Edward...- escuchó su voz y dio un suave brinco en su sitio. 
-¿Si?- preguntó, alarmado. 
-Yo... Estaba pensando... Si después te apetecería enseñarme la ciudad...- le dijo la morena, en un tono de voz tan bajo que casi no la escuchó. 
Él enarcó una ceja, burlón. 
-¿Por qué? ¿Temes acaso perderte?
Ella frunció el ceño con desagrado. 
-No te pongas estúpido, héroe. Que todavía no me has visto con el orgullo herido.
-Ah, ¿Que alguna vez tu orgullo ha sido herido? Qué raro, parece invulnerable.
-Edward...- le avisó.
-Está bien, perdona. Te la enseñaré con gusto.- sonrió.
La chica fue a cambiarse de ropa, pues deseaba vestir acorde con aquel lugar. 
Se colocó unos pantalones vaqueros ajustados, de tono azul claro. Un jersey blanco de lana con unas letras negras en las cuales no se fijó apenas, y unos botines marrones, bastante cómodos. Para arreglarse el cabello tan solo hizo lo de todas las mañanas. Se lo cepilló rápidamente, desenredándolo, y sacudió sus negros bucles de un lado a otro, consiguiendo bastante volumen. Un gorro marrón claro adornaba su cabeza, aunque se lo puso más bien por si hacía frío.
El chico la aguardaba con paciencia. La chica salió del cuarto y el rubio la observó unos segundos, en silencio. 
-¿Qué miras?- le cuestionó ella, enarcando una ceja. El susodicho negó con la cabeza.
-Nada... Es que me gusta tu ropa.
Elyon se sintió halagada, pero no le agradeció el cumplido. En cambio, se giró y caminó hacia la puerta. 
-¿Vas a quedarte ahí parado para siempre? Vamos, o te dejo encerrado.
Edward sonrió. A pesar de los esfuerzos de la morena, él había visto su sonrojo.
***

Tras unos minutos caminando en silencio por las amplias calles llenas de vida, la chica se decidió a ser la primera en hablar.
-¿Dónde puedo comprar ropa nueva?- le preguntó al chico. Él se sorprendió por la pregunta, ya que Elyon no tenía pinta de ser el tipo de chica a la que le gustase ir de compras.
-Bueno... No soy muy experto en eso... Creo que deberías preguntarle a alguna chica.- le recomendó, rascándose la cabeza, algo incómodo. 
Ella frunció el ceño, pero no dijo nada. 
Tras unos segundos sin comunicarse entre ellos, Edward no pudo evitar preguntar.
-¿Por qué quieres ropa nueva?
La morena le miró, recelosa.
-No quiero decírtelo.
-¿Es porque has conocido a algún chico?
Ella enarcó una ceja, sarcástica, pero no hizo ningún comentario.
-¡Elyon, vamos! ¡Cuéntamelo!- le pidió el chico, clavando sus doradas orbes en los icebergs que la morena tenía por ojos.
-Eres muy pesado. Y hablador. Deberías dedicarte a la política.- le dijo con desinterés.
-Está bien... No te diré entonces lo que me dijo Mustang de ti.
Elyon le observó durante unos segundos. El maldito sabía jugar bien sus cartas. La chica fingió ignorarle.
-Oh... Entonces no quieres saber cuál será tu primera misión...- murmuró el rubio, sabiendo que ella le escuchaba.
Ella apretó los labios. 
-No me interesa lo que ese lanzallamas con boca diga u ordene.- respondió con frialdad. Odiaba a Roy Mustang, no le soportaba.
-Oh... Qué pena... Él me dijo que te lo dijese... Pero creo que ya que no deseas que yo sea tu fuente de información, tendrás que ir a verle...
-Odio a tu puñetero jefe. Y como no tengas cuidado, terminaré odiándote a ti también. 
-¿Me dirás entonces lo que quiero?- Edward sonrió, oliéndose la victoria.
-Quiero ropa nueva por que me apetece arruinar financieramente a Mustang.- confesó la morena.
El rubio se carcajeó. 
-¿De verdad? ¿Por qué no haría yo eso cuando le conocí? Me hubiese servido de venganza...
-Porque tu inteligencia no da para tanto, héroe.- la chica rodó los ojos.
Edward la miró con desagrado.
-Eres mala, ¿Lo sabías?
-Te lo avisé y no me hiciste caso, querido aprendiz de caballero.- la morena hizo una reverencia, burlándose. 
-Aún estoy a tiempo de cambiar de idea.- bromeó él. Elyon dejó de sonreír burlonamente, y su expresión se endureció, volviendo a forjar aquella coraza helada.
-Deberías hacerlo. No te necesito, en realidad.- murmuró, intimidándole con su mirada fría y opaca.
-Conmigo no tienes que fingir ser una antisocial que odia al resto de seres vivos. Ya sé cómo eres en verdad.
Ella se relajó un poco. 
-Creo que quiero saber ya qué narices quiere que haga el dictador.- cambió de tema.
-Oh... No es muy complicado. De hecho, voy a supervisarte. 
-¿Supervisarme? ¿Tú? ¿A mi?- la morena enarcó una ceja.
-Exacto. 
-Creo que debería hablar con Mustang. No necesito un vigilante.
-Oh, yo creo que si lo necesitas.- el rubio sonrió, burlón. 
Ella frunció el ceño. 
-No soy una niña.- se quejó. 
-Si que lo eres. 
-Habló el mayor.- puso los ojos en blanco, exasperada.
-Soy mayor que tú, piojo.- la miró por encima del hombro, con superioridad. 
-Y aún así te gano en madurez. 
Edward suspiró.
-Vamos, Elyon. ¿Sabes el esfuerzo que estoy poniendo en ser tu amigo? ¿No podrías al menos... Ser amable de vez en cuando?
-Déjame que lo piense.... Um...- fingió que recapacitaba- No.
-Lo suponía. 
-Si sabes la respuesta, es una necedad hacer la pregunta.
-Elyon... 
El rubio se paró. Ella le adelantó, pero detuvo su andar al percatarse.
-¿Qué te ocurre?
-¿Tú eres mi amiga?- le preguntó, esperando que la morena le respondiese con aquella sinceridad tan propia de la Black.
Elyon observó con detenimiento los ojos de Edward. Su mirada la hizo sentir mal, parecía verdaderamente inseguro. En cierto modo, eso la enterneció.
Sonrió un poco y se acercó a él. 
-Pues claro que soy tu amiga. De no ser así, no estaría aquí, soportando a tu jefe.- le dijo, ampliando su sonrisa. El rubio tenía expresión de sorpresa, pero ella no prestó atención a eso y le cogió la mano, tirando de él hacia adelante. 



domingo, 21 de diciembre de 2014

Un iceberg de oro. Capítulo 8: "El amanecer es muy bonito en la ciudad".

La morena entró en el pequeño apartamento, observando todo a su alrededor. Las paredes de la entrada estaban pintadas con un tono bastante claro de azul, casi azul cielo. En la pared izquierda se encontraba un pequeño mueble en el cual dejar los zapatos. Adentrándose por el pasillo, había dos puertas. Una a la derecha y otra a la izquierda, ambas correderas. Abrió la de la derecha y se encontró con una cocina. El suelo era de cerámica negra, las paredes grises y los muebles blancos. Parecía bastante moderna. 
Al abrir la otra puerta, la de la izquierda, se encontró con un amplio baño de azulejos de color marfil, con el suelo también de cerámica negra. Los muebles, en cambio, eran de acero y quedaban bastante bien, había una enorme ventana abierta.
Al fondo del pasillo, se encontraba una puerta más. Esta daba a un salón, con las paredes coloreadas de un tono verde claro, mientras que había un par de sofás blancos y una enorme estantería que ocupaba la pared derecha. Estaba preparada para comenzar a ser llenada de sabiduría. Un mueble sujetaba la pantalla panorámica que se encontraba en la pared contraria a los sofás. 
En la pared izquierda, se encontraba una puerta más. Al entrar, se supo inmediatamente que era el dormitorio. Contaba con una cama doble en el centro de la pared opuesta, un escritorio pegado a la pared derecha y una puerta que daba al balcón. En la pared izquierda, una puerta conectaba la estancia con la cocina.
-¿Te gusta?- le preguntó el rubio, observando el lugar. Ella asintió, distraída. 
-Es... Acogedor. 
-Bueno, pequeño si que es.- se quejó Edward. 
-Tampoco necesito mucho espacio.- susurró ella. 
-¿Por qué no te instalas mientras yo voy a saludar a mi hermano?- le sugirió el rubio. La morena sonrió un poco y asintió. 
Sintió cómo la puerta de la entrada se cerraba detrás del rubio y suspiró. Lo primero que hizo fue intentar darle un toque personal al dormitorio. En su mesilla se encontró algo que sinceramente, la sorprendió. Se trataba de un talonario enorme. La chica, extrañada, lo abrió. En su interior se encontraba una pequeña nota que decía "No te preocupes por el dinero, utilízalo como te plazca. No hay límite." 
Estaba, cómo no, firmada por el Coronel Roy Mustang.
Elyon hizo una mueca, algo molesta. La verdad era que si necesitaba el dinero para convertir ese lugar en algo habitable, pues era tan triste que casi daban ganas de llorar al verlo.
Lo pensó durante dos segundos y se decidió.
-Así que no hay límite, ¿Eh...? Pues le va a doler en la cartera haber dicho eso.- la chica sonrió con maldad, cogiendo un par de cosas y saliendo del lugar, con el talonario guardado en el bolsillo y comenzó a caminar por las calles, asegurándose de recordar siempre el camino de vuelta. 
Encontró una tienda para artículos del hogar y sin pensarlo dos veces, entró.
-Buenas tardes, ¿Puedo ayudarla?- una mujer algo regordeta, con el pelo teñido de rojo terciopelo, y los labios pintados del mismo color, se plantó delante se su cara, con una sonrisa casi como la del gato de Alicia en el País de las Maravillas. 
-Eh... Yo... Acabo de mudarme y...- intentó decir antes de ser interrumpida por la mujer.
-¡Oh, cielo! ¡Eso es fantástico! Mi nombre es Bernadette, pero puedes llamarme Ber. ¡Pero qué muchacha más bonita eres, querida!- empezó a gritar la mujer, irritando a Elyon.
Ella, sin saber muy bien cómo comportarse ante la situación, simplemente se limitó a sonreír y tratar de caerle bien, por si le caía algún descuento. 
-¿Cuál es tu nombre, preciosa?- preguntó la señora. La morena fingió una sonrisa tímida y se removió el pelo, aparentando estar nerviosa.
-M-Mi nombre es... Elyon.- le respondió, y por la cara maravillada y enternecida de "Ber" se dio cuenta de que tendría un descuento bastaaaante alto.
-Está bien, querida. Dime, ¿Qué buscas precisamente?- le preguntó la mujer.
-Oh, bueno... Me gustaría buscar algunas cosas para decorar mi apartamento. Quiero darle un toque personal... No sé si me entiende usted.- le dijo. 
-Oh, puedes mirar, y si algo te gusta, me lo dices.- le ofreció Bernadette y Elyon huyó entre las lámparas y las alfombras, intentando no tener que escucharla más.
***

Tras cerca de tres horas, la chica terminó de hacer sus compras, con un descuento de cerca del 60%.
En parte se sentía un poco mal por engañar a aquella señora, pero después de tanto tiempo escuchando el enervante tono de voz de la mujer, aún pensaba que debía haberle estafado más dinero. 
Llegó a su nuevo piso y se encontró en la puerta a Edward sentado delante de la puerta y a un chico un tanto más bajo que el rubio, de cabello color castaño, tez clara y ojos verdosos. Se parecía mucho a Edward, con lo que la morena dedujo que sería el hermano pequeño de su amigo.
-¡Elyon! Te hemos estado esperando! Estaba preocupado, ¿Cómo se te ocurre salir sin conocer el lugar?!- le reprochó el rubio. Ella lo ignoró completamente y abrió la puerta, entrando con las bolsas dentro del apartamento. 
-Pasad, pero Edward, que sepas que como sigas tocándome las narices te dejo fuera.- dijo ella. Se giró y miró al pequeño chico que no se atrevía a entrar.- Vamos, pasa. Hoy he comprado comida por primera vez.
Los dos hermanos entraron y siguieron a la chica hasta el salón. Ella dejó las bolsas en el suelo y se tiró en el sofá. 
-¡Elyon, que sea la última vez que...!
-Edward, he sabido volver, vale? No soy una niña para que tengas que andar vigilándome.
-Da igual... No me he tomado tantas molestias para nada.- Edward se sentó también en uno de los sofás.- Oh, cierto. Alphonse, ella es Elyon. Elyon, él es Alphonse.
-Un placer.- el chico le sonrió. Ella le devolvió la sonrisa.
-Lo mismo digo. Edward no ha parado de hablar de ti en toda la tarde.- rió el castaño.
-Oh, héroe, ¿Es eso cierto?- se burló la chica de ojos azules. El rubio le lanzó una mirada asesina a su hermano pequeño, para después contestar:
-Es que tenía que intentar explicarle lo antipática que eres.
-¡Soy adorable! ¡He conseguido todo lo necesario para mi casa con un descuento que no te lo harían a ti ni en un millón de años!- le respondió ella, indignada. 
-¿En serio? ¿Te han hecho descuento por ser adorable?- el rubio no pudo evitar sorprenderse.
-Exacto. Aunque parezca que no, tengo carisma.- ella le miró con altanería.
-Oh, bien, la pregunta es dónde se esconde.
-Pregúntaselo a la señora que me dejó todo a mitad de precio por ser una "jovencita adorable".
-Sé sincera y dime que no la obligaste a hacerte descuento con Alquimia.- le pidió el rubio.
-Alphonse, controla al idiota de tu hermano, por favor.- gruñó la chica, mirando mal a Edward.
-Se supone que yo soy el hermano mayor.- se quejó el chico de mirada dorada.
-Ya, pero mentalmente eres un bebé.
-¡Bueno! ¡Respeta a tus mayores!
-¡Pero si yo ya respeto a Alphonse!- le respondió la morena, haciendo reír al castaño.
-¡Al! ¡No te rías! ¡Se burla de mi!- le reprochó Edward, mirando mal a su hermano. 
-¡Pero es que es muy gracioso!
-Bueno, es tarde. Hoy estoy muy cansada. Os recomiendo idos antes de que os eche. No tengo demasiado tacto para esas cosas.- les dijo Elyon sin ningún problema. Edward la miró con mala cara, pero Alphonse se preocupó un poco por si no le caía bien. 
-Alphonse, no te preocupes. Es así de mala siempre.- le tranquilizó el rubio. 
La chica de ojos azules le sonrió al castaño con inocencia. 
-En realidad me caes bien. Pero tengo sueño, así que fuera de mi casa.- le dijo con voz aniñada.
-Está bien, ya nos vamos, antipática.- le dijo Edward.
Los tres se levantaron. Cuando Edward y Alphonse se fueron, la chica cerró la puerta con llave y se dirigió al dormitorio.
Colocó unas sábanas limpias en la cama y se puso una camiseta algo larga. Acto seguido, se acostó y se quedó dormida, pensando en qué sería de su futuro.
***

Una sonrisa asomó por el rostro moreno de Elyon. Acababa de tener un sueño increíble. Abrió los ojos, completamente descansada, y se levantó de la cama. Sacudió su larga cabellera y se pasó los dedos por esta, tratando de desenredarla un poco. Se estiró mientras caminaba hacia la cocina. Todavía estaba todo desordenado, pero fue quien de encontrar la leche y los cereales, junto a un cuenco con flores dibujadas. Se valió de una cuchara y comenzó a comer. Escuchó sonar el timbre y miró la hora, extrañada. Al abrir la puerta, una especie de remolino azul la arrolló. 
-¡¿Qué narices?!- chilló, sorprendida. Cuando abrió los ojos y se orientó, pudo observar a una chica de más o menos su edad, media melena teñida de un color azul eléctrico. Contaba con un flequillo recto, que hacían resaltar los bonitos y enormes ojos de color miel que poseía. Su tez era pálida, y su mirada feliz y risueña. Le mostraba una perfecta y amable sonrisa. 
-¡Hola! Tú eres la nueva vecina, ¿Verdad? Yo soy Hazelle Summers, pero puedes llamarme Hazz o Hazza, como prefieras. ¿Cuál es tu nombre?- le dijo rápidamente la desconocida, ahora identificada como Hazelle.
-Eh... Soy Elyon Black.- respondió algo atontada.
-Es un placer, Elyon. Por favor, te lo ruego, sálvame de la vecina del quinto, que está buscándome para contarme cómo se llaman todos y cada uno de sus gatos.- le pidió y se introdujo en la morada de la chica de ojos azules, que a cada momento estaba más sorprendida.
-Claro, pasa, no hay problema. Adoro acoger a desconocidas que se presentan en mi casa sin previo aviso.- le respondió la morena, con sarcasmo.
-Lo siento, pero mira el lado bueno, así podremos conocernos mejor.- Hazelle sonrió emocionada.-Vaya, tu casa es preciosa.
-Gracias, pero aún me he mudado ayer, no tengo nada organizado.- respondió con normalidad Elyon.
-Si quieres puedo ayudarte. Hoy es Sábado y me muero de aburrimiento.- le ofreció la peli azul. 
-No tienes amigos con los que salir o hacer cualquier cosa fuera de mi casa?- enarcó una ceja la allanada. 
-No, no soy muy sociable, en realidad.
-Pues nadie lo diría viendo cómo has irrumpido en mi casa y en mi remanso de paz.
-Esto es un caso especial. La señora Johnson me tiene frita. Cada vez que me ve se pone a chillar que estoy poseída por llevar el pelo de este color y que cómo puedo ser tan maleducada y bla, bla.- se quejó, tirándose en uno de los sofás.
-Oye, a mi un rubio me amarga la existencia y no por eso huyo a tu casa.- refutó la morena.
-¡Awww! ¡¿Tienes un gatito?! ¡¿Cómo puedes decir que un adorable minino te amarga la existencia?! Qué clase de mala ama eres?
Elyon, sobrepasada, se llevó una mano a la cabeza. 
-No tengo ningún gato. Olvida todo lo que he dicho y vete antes de que me den ganas de matarte.
-Jo, qué mala. Yo que tenía intención de ser tu amiga... 
-¿Te doy un consejo? La próxima vez que quieras hacerte amiga de alguien, evita colarte en su casa, a las personas eso no suele gustarles.
-Mmmm... ¡Entonces le quitas toda la gracia!- la chica de ojos miel puso una expresión de frustración con la cual Elyon no pudo evitar echarse a reír. Parecía realmente acongojada por eso.
-Está bien... A cambio de dejarte 10 minutos en mi casa... Quiero información.- la chantajeó la morena. 
-Mmm... Vale, no hay problema. Pregunta lo que quieras.
-Dime... ¿Es un edificio tranquilo? Es decir... No hay ruido ni gente que discuta a las tres de la mañana, ¿Verdad?- preguntó esperanzada.
-Bueno... Hay dos chicos en el tercero... Son muy ruidosos.- le contó la chica de mirada castaña. Elyon bufó, descontenta.-Pero son bastante guapos, así que se lo permito.
-Qué lista...
-Bueno, yo me voy. Un placer conocerte. Espero que te pongas de mi parte en las juntas.- se despidió la chica de pelo azul, saliendo por la puerta, dejando algo desconcertada a la morena.
-Eh... ¿Adiós?- susurró, confusa.
Tras unos segundos, se dirigió a la cocina, a prepararse un buen desayuno. La baldosa estaba fría, helada más bien, pero disfrutó de la sensación, aquel clima era mucho más cálido que el de su pueblo natal. 
Se sentó a desayunar y mientras masticaba, reflexionaba sobre los últimos acontecimientos. Todavía no había tenido tiempo de procesar y analizar todo lo ocurrido. 
"Recapitulemos, Elyon. Primero: Te has ido de White Castle. Segundo: Ahora vives en una ciudad desconocida. Tercero: Te han engañado para que seas del ejército. Cuarto... Sigues viva." Pensó, mirando fijamente un punto en la pared contraria. Tragó los cereales y suspiró. "Maldito sea el imbécil de Edward..."
En ese preciso momento, el timbre sonó de nuevo, por segunda vez en la mañana.
Molesta, y esperando que no fuese la vecina, se acercó a la entrada.
-¡Elyoooon!- escuchó que la llamaba Edward. 
-Oh, es él.- susurró y volvió a la cocina, sin abrir. Siguió desayunando con el sonido de la puerta siendo aporreada por el rubio.
Cuando terminó y lo creyó oportuno, se acercó a abrir la puerta. Allí, apoyado en la pared y con una mirada aburrida, se encontraba Edward.
-Pensaba que nunca abrirías.- se quejó el chico.
-Yo pensaba que nunca dejarías de golpear MI puerta.- respondió ella, enarcando una ceja. El rubio entró al apartamento sin reparos.
-¿Qué tal has pasado la noche?- le preguntó, mirándola de arriba a abajo, deleitándose con el corto pijama de la muchacha. Ella se puso de puntillas para poder pegarle un bofetón.
-Eres un pervertido, Edward Elric.- le dijo, enfadada.
-Bueno, lo siento, no me pegues.
-¿Qué has venido a hacer aquí, héroe?
-Bueno, ayudarte con la mudanza.- le sonrió, mirándola con diversión.
-No necesito ayuda. Me las apaño sola.- le contestó.
-Bueno... Pero ya he venido y no tengo intención de irme.- el chico se encogió de hombros, sonriéndole.
-Puedes irte, estaba muy bien sola, ¿Sabes?
-Vamos... Me echas de menos, solo admítelo y acuéstate conmigo,
Elyon.- bromeó, pero la reacción de la morena fue distinta a la que se esperaba.
-Está bien, vamos al dormitorio.
Silencio...
Silencio... 
Silencio...
-Estás tomándome el pelo, verdad?- preguntó definitivamente, mirándola confuso. Ella sonrió malvadamente.
-Has tardado mucho en darte cuenta. Ya sé que es tu sueño, pero no se va a cumplir. Lo siento, héroe, búscate otra princesa.
Él se sonrojó.
-¿Q-quién te dice q-que yo quería... Eso... Contigo?- le respondió rápidamente, nervioso. No solía hablar sobre esos temas y no podía evitar sentirse como un ignorante respecto a ESE tema.
-¡Oh! ¡He conseguido sonrojarte! Esto es tan divertido...- rió ella, burlándose.- No me digas que eres un héroe virgen... Qué decepción...
-Estás siendo cruel conmigo, Elyon.
-Tan solo estoy bromeando, no es malo ser virgen.
-Puedes... Puedes dejar de decir eso?- Edward estaba muy avergonzado.
-Mmm... No. ¡EDWARD ES VIIIRGEN! ¡EDWARD ES VIIIIRGEN!- empezó a gritar, divertida. 
El chico de mirada dorada se abalanzó sobre ella y le tapó la boca, haciendo que la chica se asustase, y como consecuencia, perdiese el equilibrio, cayendo al suelo de culo.
-¡Imbécil! ¡Largo de mi casa!
-¡Es tu culpa por no tener equilibrio! 
-¡Si no te hubieses tirado encima de mi no hubiese ocurrido esto, SUBNORMAL!
-Oye, tampoco hay que pasarse...
-Me paso si me sale del...
-¡Cuidado!- la avisó al ver que se iba a tropezar con uno de los sillones. Pero, para desgracia de la chica, no consiguió reaccionar a tiempo, y como consecuencia, terminó tirada boca arriba en el ya mencionado mueble. 
-... Eres un mal amigo.- le echó en cara ella, observando el techo, frunciendo el ceño. 
-Yo traté de avisarte. Eres tú la que se cayó.- se defendió el rubio. 
-Y tú no lo impediste.- le reprochó. Se levantó del sofá y se acercó a Edward, se colocó delante de él y le miró molesta, a pesar de que el chico era mucho más alto que ella, la chica de mirada azulada le intimidó.
-¡¿Y qué esperabas que hiciese?!
-No sé, quizás sujetarme, como el caballero que deberías intentar ser, inútil.- murmuró ella, única y exclusivamente para que él lo escuchase. Sonrió y huyó al dormitorio. 
No huyas, maldita cobarde!- escuchó gritar al rubio. Estiró las sábanas rápidamente y, antes de que Edward consiguiese alcanzarla, escapó al balcón. 
Una ráfaga de viento alborotó sus negros rizos, consiguiendo dejarla momentáneamente ciega a causa de la tupida capa de pelo que se adhería a su cara. Sintió los fuertes brazos del rubio rodear su cintura y levantarla del suelo. Se apartó el pelo de la cara y observó el panorama. El sol se medio ocultaba en el horizonte, dándole un tono rosado al azul del cielo. Los edificios más altos se veían algo alejados, mientras que las casas más bajas le daban un fondo pintoresco a la imagen. Miró al chico que se encontraba sosteniéndola. 
-El amanecer es muy bonito en la ciudad.- se le ocurrió mencionar a la morena. 
-Si... Pero sigo pensando que el mejor amanecer de todos es el que veo cada vez que estoy en mi pueblo.- le confesó con una sonrisa anhelante. Elyon iba a alejarse de él, pero algo en su expresión la detuvo. En cambio, rodeó con sus brazos el cuello del rubio y le devolvió el abrazo. 
Edward estaba bastante sorprendido. La chica no solía abrazar a la gente, y mucho menos a él. 
-Lo siento...- escuchó que susurraba. No sabía muy bien si era dirigido a él, pues ella tenía la cara apoyada en su pecho, dificultándole la tarea de analizar su expresión.- Entiendo lo que sientes.
Él cerró los ojos y suspiró. Le gustaba pensar que la chica le apreciaba, aunque solo fuese un poco. Meditó durante unos segundos sobre la extraña amistad que mantenía con la morena que se hallaba entre sus brazos.
Ella se separó de él, pues no le agradaban los abrazos largos. Se colocó un mechón tras su oreja derecha y miró las marmóreas baldosas del suelo.
-Puedes comenzar por esas cajas de ahí...- le dijo y entró al cuarto.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Un iceberg de oro. Capítulo 7: "Tu fuerte son los puñetazos".

-¡Elyon! ¡Levanta! ¡El tren sale en dos horas y todavía no has hecho las maletas!- el rubio la despertó, moviendo la cama bruscamente, desestabilizándola. 
-¡Edward! ¡Me da exactamente igual! ¡Déjame dormir!- le chilló ella, irritada.
-De eso nada, El. Te levantarás y recogerás tus cosas. Nos iremos a Central y serás muy feliz.- le dijo el chico con decisión.
-¡MALDITO RUBIO! DÉJAME DORMIR.- le tiró lo que primero encontró, que por desgracia o por suerte, fue un sujetador. El chico lo esquivó ágilmente y volvió a zarandear la cama.
Elyon se hartó y saltó al suelo, haciéndose algo de daño en los tobillos. Pero a pesar del dolor, comenzó a correr detrás del rubio. 
El chico huyó, riendo por lo roja que estaba la morena. 
Al fin, la chica se cansó y se enfurruñó. 
-Imbécil...- susurró. Se dirigió a su cuarto y empezó a empaquetar sus cosas. Consiguió meter todo en apenas dos maletas. Después, entró de nuevo al cuarto de su hermana, y cogió todas las fotografías que la rubia había sacado a lo largo de su vida. Las metió en una carpeta y la introdujo en la maleta. No pudo evitar mirar de nuevo al osito de peluche que descansaba sobre la cama flotante. Se mordió el labio, cavilando. 
Finalmente, y como tributo a Sophie, lo cogió y lo metió también en la maleta. 
Le echó una última mirada al lugar y salió de allí. Edward ya la esperaba en la puerta de la entrada. 
A la chica se le hacía demasiado difícil abandonar aquel lugar. Estaba tan habituada a aquellas paredes que le resultaba extraño tener que irse. 
Caminó hacia el rubio, que la miraba, expectante. 
-¿Nos vamos?- le preguntó el chico.
Ella intentó sonar segura cuando respondió:
-Vámonos.
Los dos salieron de la casa, y Elyon la cerró con llave. Se la colocó con una cadena alrededor del cuello y la escondió debajo de su camiseta.
Caminó al lado de su nuevo amigo, internándose en el pueblo. Sentía a la gente mirándoles, pero no le importaba. 
Suspiró cuando salieron del pueblo. Ella miró hacia atrás y observó el lugar, presidido por un enorme cartel con el nombre de la villa, "White Castle". 
Edward observó que la chica estaba demasiado pensativa, así que trató de hablarle.
-Siempre supe que terminaría convenciéndote de que vinieses conmigo.- presumió el chico, distrayéndola. Ella le lanzó una mirada sarcástica.
-Todavía estoy a tiempo de volverme a mi casa y volver a dormirme.- le amenazó ella. El chico se puso nervioso.
-¡No, no, no! ¡Has dicho que vendrías! ¡No puedes echarte atrás!- se quejó el rubio. Ella rió. Le gustaba hacerle rabiar.
-No te preocupes. Sería algo patético despedirme para luego no irme.
Edward sonrió al verla tan decidida.
Llegaron a las estación, donde el tren estaba a punto de salir. El rubio tiró de la chica, haciéndola correr para llegar a tiempo. 
Al final, consiguieron subir. 
Elyon, cansada, se tiró en el primer asiento que vio.
Edward se sentó en frente de ella, que más bien estaba acostada en su asiento. 
-Entonces... ¿Cómo es la ciudad?- le preguntó ella, pues no quería quedar como una analfabeta. 
-Es... Grande. Tranquila, en cuanto conozcas a Alphonse querrá enseñártela.- le respondió el rubio. La morena se encogió. No era buena haciendo amigos.
-Y... ¿Qué hace precisamente un Alquimista Nacional?
-Eh... Investigamos sobre la Alquimia, a veces nos envían a lugares a realizar alguna tarea... Y... En caso de guerra, debemos luchar.- le explicó el rubio.
Elyon se replanteó seriamente lo que iba a hacer. 
-... ¿De verdad estás recomendándome un trabajo así?
-No te ocurrirá nada. No lo permitiré. Es seguro.- le prometió él.
-No sé si te has dado cuenta, pero no soy una chica que acate demasiado las normas.- la chica miró el paisaje por la ventana, el cual pasaba a muy alta velocidad.
Edward rió, algo divertido por la contestación.
-Bueno... Creo que Mustang sabrá imponerse.
-Yo también sé imponerme, héroe.- ella rodó los ojos.
-Bueno, no he dicho lo contrario... Pero Mustang... Bueno, ya lo verás.
La chica de ojos azules se limitó a enarcar una ceja.
-No creo que pueda conmigo.
-Qué confiada...- se burló el chico. 
-En lo que a terquedad se refiere, Edward.- le miró, algo molesta.- De todos modos tendré que pasar una prueba, ¿No? No es definitivo.
Edward asintió, sin perder el buen humor. 
-Sé que la pasarás.- le dijo, seguro de si mismo. La morena le observó algo extrañada durante unos segundos.
-Estoy tan harta de tu positividad... Es molesta. Casi repulsiva.- le confesó sin pena alguna. 
-Es que la negatividad que tienes tú necesita ser contrarrestada por algo.
-¿Estás seguro de que cuando eras pequeño no te caíste de la cuna? Por que me parece la respuesta más lógica.
-¿En serio vamos a volver al principio? Creí que la etapa de las burlas y los insultos ya la habíamos pasado.- se quejó Edward.
Elyon sonrió con malicia.
-Pero eso no quita de que sea divertido burlarse de ti.
Él le dedicó una mala mirada, pero dejó pasar el comentario.
-Eso... ¿Es la ciudad?- preguntó la chica, observando el cambio de paisaje, sorprendida.
-Si. Es sorprendente la primera vez que la ves, ¿Verdad?- le dijo el chico, mirándola.
Ella, distraída, asintió. 
-¿Debería saber algo en concreto que me ayude a sobrevivir?
Edward rió. 
-Solo manténte a mi lado.
-Cómo si fuese a obedecerte. 
El tren se detuvo y los dos chicos bajaron. 
Elyon observó todo a su alrededor. Parecía tan... Elegante...
Una mujer rubia, de ojos castaños y vestida con un uniforme azul se les acercó. 
-Bienvenido, Edward.- le saludó la mujer, sonriendo un poco. La morena la miró con curiosidad.
-Teniente Hawkeye, me alegro de verte.- le devolvió el saludo el chico de ojos dorados.-Oh, ella es Elyon Black.
La mujer clavó su mirada en ella. 
-Un placer.- susurró la morena, algo fría.
-Lo mismo digo.- la mujer le dedicó una casi inexistente sonrisa.
Un coche los llevó hasta el Cuartel General. Elyon no podía evitar sorprenderse con cada cosa que veía a través del cristal. 
Edward sonrió al verla tan entretenida.
Cuando llegaron, rápidamente entraron al edificio, y sin que la pobre chica se diese cuenta, ya estaba delante de la oficina del Coronel. Miró a su acompañante, algo perdida. 
-¿Qué narices hago aquí?
-Mustang quiere verte. No te preocupes, estaré contigo.- le dijo al ver la cara confusa de la muchacha. 
-No necesito protección eterna. Ya te dije que no me van los héroes, Edward.
La chica entró con decisión en el despacho. Se encontró con el hombre de pelo liso, negro azabache, sus ojos eran negros y su tez pálida.
-Vaya, vaya. La famosa Elyon Black.- la "saludó". Ella le dirigió una mirada sarcástica.
-¿Famosa? ¿En serio?- le dijo ella, poniendo los ojos en blanco. 
-Bueno, podría haber ido directamente al grano, pero me parecía de mala educación decirte que, si no quieres terminar en la cárcel, aceptes el trato que te ofrezco.
-No he cometido ningún delito.- le plantó cara la pequeña. 
-Caza furtiva durante 6 años seguidos?- le echó en cara el hombre. Ella palideció.
-¿Quién te asegura que aceptaré ese trato?- trató de mantenerse segura.
-Tu cordura, pequeña Black. Conocía bastante bien a tu hermana y, aunque ella no poseía la seguridad que muestras, era bastante razonable. 
-Acaba con esto, Mustang. No me gustan los rodeos.
-Está bien. Te ofrezco, a cambio de tu libertad, que te conviertas en Alquimista Nacional. He sido bien informado de lo que eres capaz de hacer, y creo que serías muy útil.
-No soy un arma que puedas utilizar cuando te salga de los mismísimos...- comenzó a decir la chica, enfadada.
-Eh, esa boca. Le estás hablando a tu jefe, pequeña. No te consideres un arma, considérate... Una ayuda.
Elyon estaba a punto de darle la bofetada más grande de su vida, más se contuvo. 
-No vas a mangonearme.- le dejó claro. 
-Eso ya lo veremos. Por el momento, rellena estos impresos.- le ordenó el hombre, dándole unos papeles a la chica, que los cubrió rápidamente. 
-No soy de tu propiedad. Para que lo sepas. No voy a andar detrás tuya acatando órdenes absurdas, no soy tu perrito faldero.
-Eres pesada eh. Deberías dejar la altanería apartada por un segundo. Te estoy ofreciendo un trabajo bien pagado, y también te ofrezco un hogar. De hecho, espero que no te moleste que te halla buscado un nuevo alojamiento.
-¿Qué...? ¿Me has comprado una casa?- la chica no se lo creía.
-Mmm... En realidad lo he pagado con tu sueldo anual. Pero tranquila, creo que te queda una enorme cuenta de ahorros. 
Elyon estaba tan sorprendida que no sabía ni qué responder.
-¿A que ya no parece un trabajo tan malo?- se burló Mustang. Ella le fulminó con la mirada.
-Dame las llaves de mi casa y me plantearé si tomarte en serio o no.- le exigió la morena.
El hombre dejó sobre la mesa las llaves. 
-Es un apartamento cerca de aquí. Dale esta dirección a Edward y que te acompañe.
Ella se levantó, harta de hablar con el Coronel. Antes de que se fuese, escuchó que le decía:
-Que tengas un buen día.
Elyon cerró de un portazo la puerta, casi rompiéndola por la fuerza con la que lo hizo.
Fuera, estaba el rubio esperándola. En cuanto se acercó, recibió un enorme puñetazo en toda la cara. 
-¡¿QUÉ NARICES TE OCURRE?!- le gritó el chico. 
-Así que por eso estabas pegado a mi todo el tiempo, ¿Eh? Para recopilar información para tu amado jefe, ¿No? Pues sabes qué? Quédate tu puñetera falsa amistad y métetela por donde te quepa.- le gruñó ella, muy enfadada.
El rubio la encaró. 
-Primero, no recopilaba información para Mustang. Segundo, no hay nada de falso en la amistad que te ofrezco. Y tercero... Tu fuerte son los puñetazos.- le dijo, dolido por el golpe y las acusaciones.
-Ah, genial. ¿Y por qué debería creerte?
-Por que si no me hubieses creído no me hubieras contado la verdad sobre tu hermana.- le susurró, enfadado. Le parecía inconcebible que después de todo lo que había hecho por ella, siguiese dudando de sus intenciones.
La mirada de la chica cambió. Ahora, en vez de enfado, sus azules ojos mostraban una enorme decepción.
-Vete a la mierda.- terminó por decir, yéndose.
-Eh, ¿A dónde vas?
-A mi nueva casa.- Elyon salió del edificio, siendo seguida de cerca por el rubio.
-Ni siquiera conoces esta ciudad. ¿Cómo piensas encontrarla?- Edward estaba algo preocupado. 
-Déjame en paz. Vuelve a tu vida, ya no tienes que fingir querer estar conmigo. 
-No estoy fingiendo, Elyon.
-¡Si que lo haces! Y lo peor es que a veces lo haces tan bien que me dan ganas de creerte.- se quejó la chica, molesta. 
El rubio, cansado, la sujetó por los hombros y la obligó a mirarle a los ojos.
-Elyon Black. Escúchame bien. No te salvé la vida porque me lo ordenara Roy Mustang. No te curé las heridas porque me lo ordenara Roy Mustang. No te molesté día y noche para que vinieses a la ciudad porque me lo ordenara Roy Mustang. Lo hice porque quería ser tu amigo.- le soltó sinceramente Edward. Ella le sostuvo la mirada, sin expresar en la suya ningún sentimiento.
Finalmente, se soltó del agarre del chico y se dio la vuelta. 
-Enséñame dónde está mi casa.
Tras tres intentos por encontrar la dirección, Edward consiguió llevarla al pequeño pero acogedor piso en el cual se hospedaría durante un tiempo indefinido. 



martes, 7 de octubre de 2014

Dream a little dream of me.

Buenas! Esto es un nuevo espacio en el cual colgaré una nueva historia. El protagonista es Alphonse Elric, y he apostado por él porque me parece un personaje realmente increíble, y no me gustaría darle más importancia a Edward que a Alphonse. Está narrado en primera persona, desde la perspectiva de una chica a la que no le tocó precisamente una vida fácil.
En definitiva, que espero que os guste.
Ya no os molesto más.
Adiós! :D
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"Sola, de nuevo" gemí cuando cerró la puerta, echando el seguro por fuera. Rutina. 
Observé con detenimiento el mugriento techo, tan solo para no tener que mirar el estado en el que me había dejado. Ya no dolía. Podría jurar que no sentía nada en ese momento. 
Esto no tenía nada que ver con el paraíso que describían aquellos libros que me leía de niña. Ni siquiera se parecía a lo que en la televisión se mostraba como "vida digna". Servirle de saco de boxeo a mi progenitor no me parecía para nada digno. Sin ver apenas la luz del sol. Tan solo para servirle de tapadera para sus delitos. ¿Que si podía huir? Pues claro. Pero yo no era una persona valiente, ni mucho menos. Yo era cobarde, callada y sumisa. Al menos, eso pensaba yo. 
Pero si me iba, ¿Qué le quedaría? Nada. Tan solo una casa vacía. Y lo peor era que... No quería hacerle sufrir.
La puerta volvió a abrirse, y por ella apareció mi pesadilla. Un hombre de tez amarillenta por el sufrimiento de su hígado tras largas noches de parranda, corpulento y alto, en su cabeza podía verse ya el efecto de la calvicie en sus grises rizos. Su mirada perdida y sus ojos negros, se asemejaban a los de un diablo. 
-Niña, ve a comprarme tabaco.- me ordenó, tirándome unas monedas a la cara. No fui capaz de cogerlas al vuelo y me agaché a recogerlas. 
-Está bien.- murmuré, pues sabía que estaba de resaca y no era bueno molestarle.
Me vestí mis típicos pantalones vaqueros y una sudadera y me dispuse a salir de casa. 
-Me voy.- avisé, cogiendo las llaves. Salí como alma que lleva el diablo, huyendo hacia el bar más cercano. 
Caminé lentamente por la calle, observando los viejos y deteriorados edificios. Un grupo de drogadictos se colocaban en las escaleras de un portal. Uno de ellos, Sam, me saludó con la mano. Levanté la mía para devolverle el saludo, sin mucho interés. Era uno de mis mejores amigos de la infancia. Tan solo habíamos escogido caminos diferentes.
Decidí ocultar mi llamativo cabello bajo la amplia capucha de la única prenda de abrigo que me quedaba para el invierno. Me coloqué bien las gafas y metí las manos en los bolsillos. Las extensas pero descuidadas avenidas eran demasiado peligrosas a esa hora de la noche. De hecho, estaba a punto de ser atropellada por uno de los participantes de una carrera ilegal. 
Cuando fui plenamente consciente del rojo y tuneado coche chatarra que se dirigía hacia mi persona, se me paró el corazón. Vi la cara de miedo del conductor, un chaval de no más de 16 años. El pánico que transmitía su expresión era opacado por sus infantiles rasgos y sus hoyuelos. 
Estaba ya a apenas un metro de mi, y no había conseguido mover ni un músculo. Solté todo el aire que mis pulmones habían retenido y me dispuse a sentir el impacto, arrepintiéndome de no haber actuado a tiempo.
Pensé en chillar, pero sería inútil y además, no quería desperdiciar mis últimos segundos de vida chillando patéticamente como una niñita.
Cerré los ojos con fuerza, y de repente...
Nada.
No sentía nada. Bueno, a parte del viento que azotaba sin descanso mi rostro.
"Por favor, que no me haya quedado paralítica o algo así..." Supliqué mentalmente. Porque, si sentía el viento, pero no el dolor, eso significaba algo malo.
Esperaba poder abrir los ojos, aunque no sabía si de verdad deseaba hacerlo y ver el desastre en el que probablemente se hubiese convertido mi cuerpo. Abrí mi ojo derecho lentamente, asustada. El coche rojo se había desviado en el último segundo, chocando contra una farola que se encontraba al lado de mi.
Abrí el otro ojo, anonadada. Me llevé las manos a la cabeza, el abdomen, los muslos... No había sufrido ningún daño. 
-¿Te encuentras bien?- una voz metálica sonó a mi derecha. Temblando, miré en esa dirección. Un hombre vestido con una enorme armadura, me observaba. No supe si responder o no, ya que estaba tan sorprendida que no tenía ni idea de cómo reaccionar.
-¿Estás en shock?- preguntó. Yo, queriendo no parecer tonta, asentí. Una risa dulce se coló entre todo el metal que llevaba a cuestas, llegando a mis oídos como música celestial. 
Pude notar cómo casi toda la sangre de mi cuerpo se acumulaba rápidamente en mis mejillas.
-Vaya, creo que he hecho que te sientas avergonzada. Disculpa.
Reaccioné bajando la mirada hacia el mugroso asfalto. "Háblale, tonta. Solo te ha salvado la vida". 
-Deberíamos movernos. No creo que sea muy buena idea quedarse al lado de un coche siniestrado. ¿Cuál es tu nombre?- volvió a dirigirme la palabra. Ese interés que mostraba en hacerme hablar me hizo recordar cómo mover los labios.
-Me llamo... Me... Me llamo...- empecé a decir, muerta de vergüenza. La verdad es que no era una persona muy sociable.
-¿No recuerdas tu nombre?- rió mi acompañante. 
-Alexandria.- murmuré, mirándole directamente al casco. Sabía que mis ojos le resultarían extraños. A todo el mundo le resultaban extraños. Por eso los ocultaba tras las innecesarias gafas de pasta gruesa y negra. Así casi nadie se fijaba en ellos. 
-Es un nombre bonito. Yo me llamo Alphonse.- se presentó, pero no se quitó el casco. No me permitió verle el rostro.
-G-gracias por salvarme...- susurré, cohibida. Por alguna razón... Me intimidaba. Como si el misterio que desprendía el hecho de no verle el rostro me atrajese, pero a la misma vez me daba mala espina.
-No hay de qué. Aunque la verdad, no parece que te haya salvado, estás muy magullada.- me contestó, y en su tono pude descifrar un matiz preocupado. 
-Bueno... Comparados con el daño de un atropello...- intenté llevar el tema lo más naturalmente posible.
-Eso es cierto... ¿Por qué ese chico quería atropellarte?- me preguntó. La verdad es que la pregunta me hizo gracia, pues pensaba que era obvio que el chaval no lo había hecho a propósito.
-Era una carrera. No creo que lo hiciese por el simple placer se destruir a otra persona...- casi no me salía la voz, estaba muy nerviosa. 
-Oh, es cierto... Parecía asustado cuando huyó corriendo.
-Aquí todos huyen.
-Alexandria... ¿Cuántos años tienes?
Esa pregunta me cogió por sorpresa, ya que llevaba haciéndome esa misma pregunta sobre él durante unos minutos.
-Quince...- respondí, avergonzada. No aparentaba quince años. De hecho, aparentaba más.- ¿Y tú?
-Voy a cumplir dieciséis.
Fui consciente de cómo me observaba de arriba a abajo, analizándome. Cerré los ojos y metí las manos en los bolsillos de la sudadera. 
-¿Por qué me miras así?- le pregunté sin poder contenerme. 
-N-no te estaba mirando.- me contestó. Por su tono de voz, parecía que no se esperaba que me diese cuenta.
-Oh... Lo siento. Es que soy algo paranoica.- murmuré, sin levantar la mirada de mis sucias y desgastadas zapatillas.
-No te preocupes. 
Entonces recordé el porqué de mi libertad momentánea. Tenía que comprar tabaco para papá. 
-Yo... Tengo que irme.- me detuve. Él me miró. 
-¡No te vayas!- me pidió. Semejaba que de verdad deseaba que me quedase.
-No tengo elección... Mi... Mi padre me mandó a hacer un recado.
-Oh... Puedo acompañarte. Este lugar es peligroso.- se ofreció. Negué rápidamente con la cabeza. Para un amigo que hacía no quería que el idiota de mi padre lo asustase.
-No... No hace falta, de verdad. Además, vivo lejos, y estarás cansado por llevar esa armadura, de verdad, no me importa ir sola!- respondí rápidamente, aterrorizada porque se diese cuenta de que no quería que me acompañase.
-Oh... Lo siento si te he molestado insistiendo tanto.- sonaba desilusionado.
-Para nada, de hecho... Nadie se había preocupado por mi de esa manera.- sonreí un poco, intentando hacerle sentir mejor. 
-B-bueno...
-Me tengo que ir... Pero me gustaría verte de nuevo... Mañana a las 11 aquí, ¿De acuerdo?- le dije, empezando a correr en dirección a mi casa, sin esperar respuesta.
Cuando ya estuve lo suficientemente lejos, suspiré y me senté en unas escaleras. Me llevé las manos a la cabeza, tirándome del pelo con frustración. Aquel chico era realmente la única persona que se había preocupado por mi. 
Gemí en voz baja y me levanté. Empecé a caminar distraída por la calle. Paré en un bar a comprar el tabaco de mi padre y seguí con mi camino. Llegaba bastante tarde, y sabía que él no aguantaba mucho sin fumar.
Llegué a su portal y vi salir corriendo a una mujer semidesnuda.
-¡LÁRGATE, ZORRA!- le gritó mi padre a la mujer. Aproveché el momento para entrar a casa corriendo, sin hacer ruido.
Le dejé los cigarrillos encima de la mesa y me fui a mi cuarto. Era lo único que encontraba bonito en aquella casa.
Las paredes, pintadas de un alegre tono azul celeste creaban un ambiente sereno y pacífico, como un mar en calma. El cómodo y fresco parqué era una verdadera cura para el dolor de pies. Aunque siempre quise moqueta, no me quejaba por no tenerla. La cama, de un tamaño considerable, se hallaba pegada en una esquina entre la pared izquierda y la frontal. Sobre esta, se encontraban un montón de dibujos colocados estratégicamente en la pared, de manera que parecían pintados en ella. A su lado, en la mesita de noche, estaba una pequeña pero luminosa lámpara. En la pared derecha, se encontraban el armario y el escritorio, distribuidos los dos en las esquinas. En el medio había dos sillones de tela, rellenos de bolitas de algodón. Eran bastante cómodos. Encima del escritorio, había una estantería bastante grande llena de libros y cuadernos de dibujo. En la esquina de la pared izquierda, mi caballete y mis artilugios de pintura. Mi habitación contaba con tres ventanas. Una en la pared derecha, encima de los sillones, otra en la pared contraria, y la última de ellas (y mi preferida), en la pared frontal, al lado de mi cama. Esta última, tenía vistas de toda la ciudad, y eso me encantaba.
Me quité los zapatos y la ropa y me puse uno de los muchos pijamas cortos que tenía. Odiaba dormir con pantalón largo. Apagué la luz y me acosté. 
Estaba demasiado cansada. Habían sido demasiadas emociones por un día. 
Cerré los ojos y no pude evitar quedarme pensando unos minutos en aquel chico... Alphonse. 
Me preguntaba por qué no me habría dejado ver su cara ni una sola vez. ¿Trabajaría en algún oficio sucio? ¿Alguna profesión en la que las normas exigiesen no mostrar el rostro a nadie?
Aunque... Pensándolo bien... No parecía peligroso. Imponente si, pero no peligroso. Y me había salvado la vida. Y su caballerosidad y gentileza me habían sorprendido. Hacía mucho que no pensaba en algo ajeno a lo que ocurría dentro de casa. 
Me dormí en poco tiempo, saboreando el placer de dormir sin escuchar los gritos de mi padre.



Un iceberg de oro. Capítulo 6: Rompiendo barreras.

No se notaba, pues las flores crecían como en cualquier otra parte del campo. 
El rubio observó mejor la foto colocada cuidadosamente encima de la pequeña porción de tierra en la que alguien descansaba eternamente. 
Reconoció a la morena que estaba a su lado, solo que en la foto parecía más joven. Sonreía al lado de otra chica. Era muy hermosa, su cabello era liso, con un tono castaño casi cobrizo, flequillo recto aunque desordenado, y sus ojos eran verde, pero un tono oscuro, podría llamarse "verde bosque". La mirada de la que parecía mayor desprendía autentica felicidad, en cambio la de Elyon desprendía pura admiración. Sus ojos parecían iguales a...
-¿Es... Es... Tu hermana?- preguntó con dificultad Edward. Ella asintió, aún sin levantar la cabeza, ni dejar que él viese su expresión.-¿Te encuentras bien?
Ella levantó por vez primera la mirada. Estaba llorando. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin descanso. Sus ojos, más claros de lo normal, estaban anegados. 
-Te mentí. Yo la maté. Fue mi culpa.- le confesó. 
-¿Qué?- Edward no se lo creía.
-Ella dijo que sería fácil. Que podríamos hacerlo juntas... Yo hice el círculo. Lo hicimos todo como habíamos planeado. 
-N-No me digas que...- empezó a decir el rubio, alejándose un poco de ella.
-Solo quería que mamá y papá volviesen...-murmuró Elyon, abrazándose a si misma, llorando por primera vez desde hacía casi un año.- Y la perdí a ella... Por eso me iba a suicidar. 
Edward trató de asimilar las palabras de la chica. 
-Pero... ¿Pero no pudiste salvar su alma?
-Ese fue el precio que nos obligó a pagar... Yo le dije que le daría lo que fuese... Pero la quiso a ella.- la morena se abrazó las rodillas, pegándolas al pecho, como si así pudiese mantenerse de una sola pieza.
-¡Puedes recuperarla! ¡No es tarde!- le dijo Edward, intentando decirle lo que le había pasado a su hermano.
-No puedo. Cuando alguien muere... No revive. Y ella murió. Yo la vi morir. Me obligaron a verlo.- gimió ella, haciéndose un ovillo. 
El rubio no supo qué responder. Solo fue capaz de mirarla con verdadera tristeza. Ella ocultó la cara en sus rodillas y sollozó. Edward se sentó a su lado y sin dudarlo ni un segundo, la abrazó.
-¿En serio piensas que ella querría verte muerta?- le susurró el chico. Ella lloró aún más fuerte. 
-Sophie... Ella... Tendría que haber sido yo... Yo tengo la culpa de todo...- respondió ella. En ese momento, apreciaba demasiado el abrazo que le daba el chico de ojos dorados, pues lo necesitaba. 
-No es cierto... Solo querías tener a tus padres de vuelta... Tener a tu familia unida.- le dijo, comprendiendo perfectamente las razones de la chica. En ese momento se sentía afortunado. Él aún tenía un hermano.
-Merezco lo que tengo.- contestó ella, sin dudarlo ni un segundo. 
-Todavía puedes hacer algo por ellos, Elyon...
Ella le miró a la cara, sorprendida.
-¿El qué?- preguntó, sin dejar de llorar.
-Vivir.- le respondió, seguro de lo que decía.
Ella clavó sus ojos en los del chico y fue la única vez desde que la había conocido que la veía tan inocente. Sus mejillas, rojas por las lágrimas, hacían resaltar sus ojos claros, que, al fin, no revelaban odio ni cualquier otro sentimiento a parte del dolor. Su expresión, que demostraba lo perdida que se sentía, le conmovió. 
-Pero... ¿Cómo puedo seguir viviendo con esta culpa?
-No tienes que hacerlo... Ella ya te ha perdonado.- Edward le sonrió, señalando las flores que crecían sobre la tumba. Se trataban de bonitas margaritas azuladas.-Las flores no crecen así como así en una tumba.
-Son... Mis flores preferidas...- se dio cuenta la pequeña. Al hacer esta declaración, volvió a romper en llanto. Sophie... Ella no creía en esas cosas, pero estaba completamente segura de que su hermana hubiese sido tan terca de dejarle un último mensaje. 
-Edward... Crees que... ¿Crees que a ella le gustaría que me fuese?- le preguntó Elyon cuando consiguió calmarse un poco.
-No lo sé... Pero seguro que le gustaría verte feliz de nuevo.- respondió el rubio, sonriéndole.
La chica se limpió las lágrimas y cerró los ojos. 
-Soph... Nunca te lo dije... Pero...
"El! Nunca te has parado a pensar en cómo sería nuestra vida en otro sitio?" Recordó la voz de su hermana, sentada en el suelo de su salón, abrazada a un cojín, con el pelo desordenado y su característica sonrisa en sus labios rojizos.
"La verdad es que no..." Le había contestado. 
"Bueno... Yo soy feliz contigo, sea donde sea." Le había dicho la rubia, riendo.
"Qué mas da..." 
-Yo también hubiese sido feliz en cualquier parte del mundo, siempre que fuese contigo.- derramó una última lágrima y se imaginó a su hermana, de pié en frente de ella, sonriéndole con cariño, como antes. 
"El... Te quiero." Recordó la voz de Sophie diciéndoselo en multitud de ocasiones. En cambio, ella solo se lo había dicho una vez en su vida. Justo antes de su muerte. 
-Sophie Black... Siempre has sido la mejor hermana del mundo. Te quiero.- le susurró a las margaritas. El viento sopló con fuerza, agitando el pelo de la morena, despeinándoselo. Edward volvió a abrazarla, al notar que se estremecía.-Hasta pronto, Sophie...
Esa fue la despedida que le dio a su hermana. 
El rubio caminó al mismo ritmo que Elyon, retornando a la casa. Ella ya no lloraba, pero tampoco había vuelto a su coraza habitual. 
-Edward...- el aludido la miró y observó el sonrojo de la chica.-Gracias por todo...
El chico sintió la mano de la chica entrelazando sus dedos con los de ella. Nunca nadie le había ofrecido un gesto tan puro de agradecimiento.
-No hay de qué...- le respondió él, sonriendo, contento.-Si quieres puedo hacerte la cena... Solo por hoy.
Por vez primera, tras tantos intentos y tantas negativas... Elyon le sonrió. Sin sarcasmo, sin ironía. Simplemente le sonrió. Y en ese mismo momento, Edward fue consciente de lo hermosa que era la morena en realidad.
-No es necesario. No tengo hambre.
Llegaron a la cabaña y entraron, pues hacía frío fuera. La chica de ojos azules se tiró en el sofá, cansada. 
-Vamos, El... Deberías ir a dormir.- le recomendó el rubio. Ella negó con la cabeza.
-Esta noche no voy a dormir.
-¿Por qué?- le preguntó confuso el rubio.
-No quiero.
-Vamos, Elyon... Si no mañana te dormirás en el tren.
Ella se lo pensó durante un rato. 
-Es cierto... Hasta mañana, héroe.- se despidió la chica, yéndose al cuarto de Sophie. Edward le dedicó una dulce sonrisa.
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Aquí abajo os dejo un dibujo de Elyon hecho por mi mejor amiga, Paula, sin la cual esta historia no hubiese existido nunca, y que contribuye con sus opiniones y sus dibujos a que la inspiración llegue a mi mente. 
Gracias por todo, Paula ❤️❤️




lunes, 22 de septiembre de 2014

Un iceberg de oro. Capítulo 5: Tic, tac, enterremos el pasado... Tic, tac, avancemos otro paso.

Esa mañana, una ojiazul se despertó desconcertada. No recordaba haberse acostado, y menos en la cama en la que dormía el rubio molesto. Estaba francamente asustada por lo que pudiese haber pasado la noche anterior. La única razón que se le ocurría para lo que había pasado era que el maldito de Edward la había llevado a la cama. Y si eso era lo que había pasado, se sentiría PA-TÉ-TI-CA.
Se levantó y salió del cuarto. Pasó por el salón y se encontró a Edward durmiendo en el sofá. Pensó en despertarle de mala manera, pero eso ya era demasiado cruel.
-Edward...- le llamó en voz baja, intentando despertarle para mandarle a dormir a la cama. Pero el rubio no le hizo ni caso.-Edward.- aumentó el volumen de su llamado. Pero el chico tampoco reaccionó.
-¡EDWARD!- terminó por gritarle, perdiendo la paciencia. El pobre saltó del susto y se cayó del sofá. Desconcertado, miró a su alrededor.-Ve a dormir a la cama.
-¿Qué?- preguntó desorientado.
-Que vallas a dormir a tu cama.
El rubio espabiló un poco.
-Ya estoy despierto.
-No me digas, no tenía ni idea.- le respondió la ojiazul irónicamente. El chico de mirada dorada se preparó para contestarle una bordería, pero recordó los hechos acontecidos la noche anterior y decidió cerrar la boca.
-Ve a seguir durmiendo a la cama, que seguro que has descansado fatal.
-¿Te preocupa cómo he dormido?- se sorprendió el chico.
-En realidad, no. Pero si ya eres irritante durmiendo bien, no quiero ni imaginarme lo insufrible que serás sin dormir.- la chica puso una bien actuada expresión de horror.
-Ja. Ja. Muy graciosa. Que sepas que te he dejado dormir en mi cama.
-Técnicamente es mía.
-¡Contigo no se puede ser un caballero!- se quejó el rubio haciendo un mohín.
La chica sonrió divertida.
-Será porque no me van los caballeros.
-O porque eres la bruja mala del cuento.- el chico hizo gestos como de bruja.-Aunque eres guapa, no pareces una bruja.
-Son mis súper pociones de camuflaje.
-Estoy seguro de que en realidad tienes 1678 años.
-Uishh por qué poco aciertas, héroe.- rió con sarcasmo.
-Elyon... ¿Vendrás a Ciudad Central conmigo?- le preguntó el chico.
-No lo sé.
-Vamos, El.- le pidió juntando las manos y haciendo un adorable puchero.
La morena le miró con gran sorpresa.
-¿Cómo me has llamado?
El rubio se sonrojó un poco.
-El... Pensé que podría llamarte así... ¿Te molesta?- le preguntó algo preocupado. Ella estaba a punto de decirle que si, pero era agradable escuchar que alguien la llamase así de nuevo.
-No, no me importa.- le contestó con naturalidad.
-Tú puedes llamarme Ed.
-Prefiero llamarte héroe. Es casi como una tradición.- le dijo la chica con tono burlón.
-No me gusta si lo dices burlándote de mi.
-¿Es que acaso alguna vez he dejado de hacerlo?- rió la chica. Le hacía mucha gracia la cara de Edward cuando se burlaba de él.
-¡Elyon!- le reprochó.
-En serio, que no entiendo por qué quieres ser mi amigo.
-Eres... Interesante.
-No serás un acosador de esos que van de buenos y luego terminan violándote y asesinándote en la bañera.- la morena le miró con muy bien fingida desconfianza.
-Solo el tiempo lo dirá.
-No intentes meterme miedo. Por desgracia parece que soy indestructible.- la chica de ojos azules frunció el ceño.
-Pues a mi no me parece precisamente una desgracia.- le contestó el rubio con una media sonrisa.
-Lo es si no quieres seguir viviendo.
-Si deseases vivir seguro que no tendrías ese problema.
-Cállate, Edward.
-Cállate, Elyon.
-Me desesperas, rubio tonto.
-Eh, eso es discriminación, morena guapa.
-Edward, me da que eso de insultar no se te da demasiado bien.- se burló la chica.
-¿Y quién dice que deseaba insultarte?- le guiñó un ojo.
-Ten cuidado, la última persona que decidió cortejarme terminó de sopa.- le avisó lanzándole una mala mirada.
-Hala! Que creída. ¿Y si no estaba cortejándote?
-Al menos te han quedado las cosas claras, ¿No? Pues eso.
El rubio rió.
-Eres muy divertida.
-Eso es por que te ríes de mi.- ella hizo una mueca.
-¿Y cómo lo sabes?
-Por que yo lo sé todo.
-¿Ah, si?- el rubio apoyó su barbilla en su mano, esperando.
-Si.
-Dime algo que nadie más sepa de mi.- le preguntó y ella sonrió sombríamente.
-No te gusta estar sin tu hermano.
La expresión del rubio no tenía precio. Su sorpresa llegaba a límites insospechados.
-¿Cómo lo sabes?
Ella ignoró la pregunta.
-Piensas que debes cuidar de él, pero el chico ya es mayor para cuidar de si mismo. Déjalo vivir.- le recomendó la chica con un brillo en sus azules ojos.
¿-En qué te basas para decir eso?- le cuestionó el chico clavando sus orbes doradas en los ojos de Elyon.
-Solo lo sé. ¿Soy omnipotente?- dijo insegura.
-¿Y a mi me lo preguntas?- el chico puso cara de "Qué me estas contando?".
-Silencio, voy a desayunar.- le informó y fue a coger una manzana roja de la cocina.
El rubio la siguió y también cogió una manzana, esta vez, verde.
-Por favor, ven conmigo a Central.- le pidió de nuevo el chico con una mirada de súplica.
-¿Tú te llevas comisión o qué?- la morena estaba cansada de la insistencia del muchacho.
-No, solo quiero que vengas conmigo. Eres una increíble Alquimista, tienes un puesto seguro en el cuartel general. Tendrías trabajo, amigos y lugar donde vivir. Es una apuesta segura.
-Puedo vivir de la caza y no necesito amigos. Y bueno, como ves, tengo una casa.- le respondió.
-Vamos, Elyon. Solo un mes. Ven un mes y si no te convence vuelves y dejo de molestarte para siempre.- le ofreció.
-Tú y yo sabemos perfectamente que eso no pasará.
-Verdad. Por que te quedarás allí.- le dijo el rubio con una sonrisa segura.
-No te hagas ilusiones, no valla a ser que yo no sea como piensas.- le respondió.
-¿Entonces debo... Cambiar de táctica?-Simplemente no planees nada.- le recomendó.
-¿Y cómo conseguiré convencerte?- preguntó el chico.
-Ya lo has hecho.
-¿En serio?- Edward se sitió esperanzado.
-No, pero quiero que me dejes en paz.- la morena sonrió.
-¡Joder, estoy harto de que te rías de mi!- se quejó el rubio.
-Tranquilo, terminarás acostumbrándote.- sonrió radiantemente.
-Elyon...
-Edward. Voy a ser muy clara. No sé qué motivaciones tendrás para querer tocarme las narices con que valla a la capital, pero no pienso dejar este sitio. Es mi hogar.
El rubio le dedicó una mirada entristecida.
-Tan solo me caes bien. Quiero ser tu amigo. Además... Si sigues aferrándote a este lugar solo conseguirás estancarte.
-¿Estás insinuando que la respuesta es huir?- la chica enarcó una ceja, con el sarcasmo impreso en su expresión.
-No. Pero no ganas nada quedándote aquí sola por toda la eternidad.
-¿Y no te has parado a pensar que a lo mejor eso es lo que quiero? ¿Que soy feliz así?
El rubio se vio obligado a ponerse serio.
-Si fueses feliz no hubieses intentado suicidarte.
Ella apretó los labios, callándose todas las cosas que tenía ganas de gritarle.
-No me importa lo que pienses.
-A mi si. Elyon... Te lo suplico. Tan solo quiero que vengas un tiempo... No es para siempre.
La chica de rizos suspiró.
-Dime qué es lo que tengo que hacer, qué es lo que tengo que decir para convencerte.- le pidió el rubio, ya harto de suplicar.
Ella se quedó callada durante un buen rato. Edward la miraba, expectante.
-Está bien. Iré.- le dijo la morena, con indiferencia.
La mirada dorada del chico demostraba ilusión, mas no quiso expresarlo.
-¿Lo dices en serio?- preguntó, intentando no parecer esperanzado.
Ella le miró a los ojos. Al chico le costó mantenerle la mirada. Los ojos azules que le observaban, tan hermosos y gélidos al mismo tiempo, le hacían sentirse extraño. La frialdad que la mirada de la chica infundía incluso le hacía estremecerse. Ella siempre había tenido aquella mirada. Pero Edward nunca se había parado a observarla con detenimiento. Sintió dos sentimientos demasiado diferentes. Los ojos de Elyon le atraían, pero a la misma vez eran hostiles.
-Lo digo completamente en serio.- afirmó ella.
-Está bien... Nos iremos mañana.- le dijo Edward. Ella asintió, podía pedir mas tiempo, pero no estaba por la labor de discutir.
-Saldré. No me esperes despierto.- le dijo Elyon, levantándose de la silla y saliendo de la cocina.
-¿A dónde vas?
-A despedirme.
Con esa respuesta tan contundente, el rubio decidió dejarla marchar.
***

El reloj dio las 12 de la noche. Un chico rubio, de ojos dorados, que en ese momento transmitían preocupación, caminaba por el salón de la cabaña en la que se hospedaba, inquieto.
-Mierda, Elyon... ¿Dónde narices te has metido?- gruñó Edward. La había buscado por todo el maldito pueblo, pero no había conseguido encontrarla.
Estaba algo preocupado. No sabía si estaba bien o si le había pasado algo.
Entró a la habitación en la que dormía la morena, intentando encontrar alguna pista sobre dónde estaba. Tras unos minutos, gruñó al darse cuenta de que no había nada que le ayudase. Se apoyó en el alféizar de la ventana y miró el paisaje. Allí en la lejanía, iluminada por la luz de la luna, al final del prado, donde éste se convertía en bosque, estaba arrodillada en la verde hierba oscurecida por la falta de iluminación, la chica por la cual se había preocupado durante horas.
El rubio salió a buscarla. Tardó un par de minutos en llegar. Ella, desplomada en el suelo, miraba a un punto fijo en el pasto, justo delante de ella.
-¿E-Elyon...?- susurró, pero ella no se giró a mirarle. Su largo y negro cabello ocultaba la expresión de su cara. El chico intentó acercarse, pero vio un pequeño marco con una foto en su interior. Aquello era lo que estaba mirando.
Dio dos pasos hacia la chica, pero ella le detuvo con un gesto.
-Cuidado. La vas a pisar.- escuchó que murmuraba la chica. Edward se horrorizó al darse cuenta de que estaba a punto de pisar... Una tumba. ¿Pero qué narices...?